Imagen prensa La muerte lo convirtió en papá

La muerte lo convirtió en papá

Especial de padres Jaime Barrero, así como su bisabuelo, el fundador del hospital de Ubaté, está comprometido con la salud y decidió hacer empresa construyendo clínicas. Esa es una de sus más importantes ambiciones, pero el más grande de todos sus sueños es darles un buen futuro a sus hijos. Mientras estaba estudiando arquitectura en la Universidad Nacional era mesero en el Museo de Arte Moderno y veía bajar de un carro blindado y con un conductor a una mujer que despertó su alma de poeta. Era Sandra Medina, la hija del magistrado de la Corte Suprema de Justicia Ricardo Medina Moyano. Como ella tomaba clases de arte, él ahorró para poder hacer lo mismo y lo que empezó como un grupo de trabajo sirvió para que se conocieran. Al poco tiempo, ya eran novios.

En la toma del Palacio de Justicia, el papá de Sandra falleció. Ella, que amaba a su padre, creyó que era el mejor momento para encargar un hijo y en su honor se llamaría Ricardo. Sin embargo, desde ese instante se empezó a enfermar y algo tuvo que ver el dolor que le produjo la muerte de su papá. Jaime, por su lado, se hizo profesional y trabajó fuertemente para darle lo mejor a su familia hasta convertirse en curador urbano de Bogotá. LA ENFERMEDAD Ricardo, su hijo, tenía 10 años cuando se enteró de que Sandra sufría de cáncer en los pulmones. Sus padres ya se habían separado, pero en ese momento Jaime dejó toda su independencia y volvió con ella para hacerle frente a la enfermedad y batallar por más de dos años para tratar de conservar viva a la madre de su hijo. Pero el cáncer hizo metástasis en varios órganos y cada día era más doloroso verla sufrir, “la quimioterapia no le dejaba alientos ni para caminar, hablar o cuidar a su hijo y ver tan enferma a la persona que uno amó y notar cómo se deterioraba es muy duro”, cuenta Jaime. Después de haberse sometido a varios tratamiento, e incluso a operaciones en Estados Unidos, decidieron suspender la quimioterapia y esperar, durante cuatro meses, todos los días la visitar tan rozagante, pero con la enfermedad estaba calva y demasiado delgada.

Además, el dolor tan fuerte era insoportable sin la morfina. Sufrí viendo el proceso del cáncer y me volví casero, cuando no estaba trabajando pasaba todo el tiempo con ellos”. Él seguía cumpliendo con los requerimientos del alto cargo que tenía y, sin embargo, la prioridad era su hijo. Así que madrugaba para bañarlo y arreglarlo; luego lo llevaba al paradero del bus del colegio y trabajaba exactamente el tiempo que Ricardo permanecía estudiando. Le ayudaba a hacer las tareas y lo acompañaba mientras estaba con su mamá. Ella tenía muchas ganas de vivir para ver crecer a su hijo y como sabía que no lo lograría, escribió un diario sobre su enfermedad. En sus textos mostraba los deseos inmensos de estar con él. “Unos días antes de que falleciera me dijo: ‘voy a morir tranquila porque tú estás acá, de otra manera no quisiera morirme’. Ese día lloré muchísimo”. Al final de la enfermedad, Jaime necesitó más tiempo del que tenía para cuidar a su hijo, así que dejó de trabajar.

“El día que Sandra murió y Ricardo entró al cuarto, la vio, se desvaneció y luego me abrazó. No quería que lo soltara y duró como ‘mil años’ sin separarse de mí”. El llanto no paró ahí. “Me volví la vida de él, nos unimos muchísimo. Aunque yo hacía muchas cosas, dejé de lado mi profesión mientras mi hijo me necesitó. Lo críe y lo eduqué durante varios años hasta que se fue a estudiar a Milán (Italia), entonces decidí rehacer mi vida”, cuenta Jaime. Hace apenas dos años, después de varios de sacarles el cuerpo a las relaciones, porque no quería remplazar a Sandra y generar una figura de cambio de mamá, volvió a considerar la posibilidad de tener pareja. “Coincidencialmente cuando era un hecho que Ricardo se iba, conocí a Lina en un evento. Quería volverme a establecer y ella llenó completamente mi vida, me enamoré y volví a escribir poesía”. El día que la conoció Ricardo estaba con él, lo cual fue determinante para que le propusiera matrimonio. “Mi hijo me dijo: ‘pa’ es una chica muy bacana’. Y el visto bueno de él fue definitivo”. Su relación, a pesar de la distancia, sigue siendo tan estrecha como antes.

Jaime y Lina han estado juntos desde el día que se vieron por primero vez. Al poco tiempo nació Jerónimo. Ese bebé de año y medio es ahora la luz de los ojos del empresario que no descarta la posibilidad de encargar la anhelada niña, que se llamará Abril, y ojalá fueran gemelas para que la otra se llame Patme o, en su defecto, Josefina, como su bisabuela.